MICRORELATO ERÓTICO 20
Es cierto que el roce hace el cariño, aunque nunca esperaba que surgiese entre Lucía y yo.
Yo soy lesbiana abierta desde que tenía 15 años, cuando me enamoré de mi mejor amiga. Fue ahí cuando descubrí mi sexualidad, pero no he tenido mucha suerte en el amor. Siempre he tenido mis historias, mis rollitos y algunas relaciones un poco más serias, pero nunca me había pillado tanto por alguien.
Trabajamos juntas en un instituto. Ella es profesora de inglés y yo de historia, aunque me han asignado aquí tras hacer las oposiciones. Por eso yo tengo 27 años y ella tiene 38, marido y dos hijos de 7 y 12 años.
La verdad es que cuando llegué no conectamos mucho, ella siempre estaba más apartada, no se relacionaba con los nuevos…no sé, iba bastante a su aire. Pero yo me había fijado en ella.
Morena, 1.70, ojos marrones claros, sonrisa preciosa, un cuerpo de espanto y su perfume me volvía loca. No sé que tenía, pero me encantaba. La primera impresión fue buena, aunque eso sólo era la fachada, quería conocerla un poco más. Saber cómo era ella por dentro, sus inquietudes, su forma de ver la vida… Pero nunca coincidíamos.
Siempre he sido de las que si algo no viene, es mejor ir a buscarlo. Yo sabía que ella tenía marido y familia, pero yo sólo quería conocerla, nada más.
Así que empecé a observarla, a seguir su rutina, a ver cómo podía hacer para coincidir con ella. La estuve observando durante dos semanas, día tras día. Cada vez que la veía me gustaba más. Había días que venía tan preciosa, que no podía evitar el mirarla fijamente hasta que me pillaba y yo le sonreía.
Aprendí que todas las mañanas al llegar, lo primero que hacía era ir a por un café. Se sentaba en la sala de profesores y se lo tomaba tranquilamente mientras miraba el periódico. Después se iba a clase. En la hora del patio, cuando vigilaba, se quedaba siempre debajo del mismo árbol, con sus gafas de sol y su almuerzo. Y en sus clases libres, si no estaba corrigiendo, estaba leyendo. A la hora de irse a casa, siempre entraba a despedirse de todos los que estaban en la sala de profesores, cogía su bolso y se iba.
Sabiendo todas estas cosas, ideé un plan para conocerla mejor. Así pues, cuando entró en la sala de profesores a la mañana siguiente, yo ya estaba allí. La saludé y me presenté. Ella me dio dos besos y se sentó a hacer lo que siempre hacía. Yo saqué un libro y me puse a leer.
Se fijó en lo que estaba leyendo y me preguntó si me gustaba ese autor, porque a ella le encantaba. Que no se había leído el libro todavía, pero que le gustaría que se lo dejase cuando terminase de leérmelo. Le respondí que sí, que nada más me lo terminase se lo dejaría. Evidentemente me lo leí rápidamente, así se lo pude dejar. Lo que ella no sabía es que yo ya conocía de la existencia de su gusto por este autor, la había escuchado hablar con otra profesora. Así que cuando se lo dejé, le subrayé algunas frases, para luego utilizarlas con ella.
A partir de ese momento, empezamos a hablar más, empecé a notar que algo le ocurría, que en verdad era más risueña de lo que normalmente demostraba. Conmigo siempre hablaba de todo, me sonría al vernos y pude ver una parte de ella que no dejaba mostrar a los demás. Esa sensibilidad y sensualidad en sus palabras.
Hablamos de todo un poco, le dije que a mí me gustaban las mujeres desde adolescente, que nunca me había escondido. Ella me contó que se casó embarazada, que sus hijos eran maravillosos, pero no me dijo nada, ni bonito ni desagradable de su marido. Era como si no existiese. Siempre me decía que yo estaba llena de vida, que se lo transmitía y la hacía feliz. Le gustaba estar conmigo porque podía hablar de todo, ser como ella es y no pensar en qué pensarán los demás. La verdad es que nos unimos bastante, y cada vez a mí me gustaba más.
Llegaban las vacaciones de navidad y no nos íbamos a ver en dos semanas. Yo me sentía triste, porque yo no quería dejar de verla, aunque tal vez me venía bien para poder olvidarla un poco.
Seguíamos con nuestras bromas de siempre, y en un momento de sinceridad, le dije medio riéndome que la iba a echar de menos. Ella me dijo que no sabía por qué, pero ella tenía la misma sensación.
Estábamos solas en su clase, la gente estaba en el patio. Le dije que me acompañara a por un café y ella sin pensarlo dos veces, me cogió de la nuca y me besó. Me quedé un poco parada, le seguí el beso, pero rápidamente me quité. Le dije que estaba casada, pero ella se acercó y me dijo que le encantaba y se moría por besarme, tocarme …
Ante esas palabras fui yo la que la cogió y la besó. La apoyé contra la pared y puse mi mano por debajo de su camisa. Con mis dedos recorrí cada centímetro y acaricié suavemente sus pechos. Podía ver la su excitación en su mirada. Pero yo notaba la mía, sólo de besarla ya estaba mojada. Ella cogió mi mano y se desabrochó el botón de sus vaqueros, bajó la cremallera y le dirigió a su ropa interior. Estábamos en una clase, teníamos poco tiempo y ella lo sabía. Así que pasé mi mano por dentro del pantalón, rozando su sexo con sutileza. Quería que fuese ella la que hiciese el movimiento. Pero cada vez que pasaba mi mano por su clítoris, ella se estremecía gimiendo a mi oído. Eso me excitaba tanto que no podía concentrarme.
La besé sin parar, dejando a mis dedos paseándose por la zona sin llegar a profundizar. Quería excitarla lo máximo posible para que el placer fuese más intenso. Le desabroché la camisa para poder lamer sus pezones. Fui besando su pecho y cuando llegué al pezón, antes de lamerlo puse mis dedos por dentro de su ropa interior, dejando que se estremeciese. Cuando chupé el pezón, roce su clítoris. Se le escapó un gemido un poco más alto que antes , y al pasar mis dedos noté lo mojada que estaba.
Movía mis dedos entre su vagina, dulcemente de arriba abajo. Ella cada vez me pedía más, me susurraba a la oreja que no parase. Fue entonces cuando allí, de pie junto a la pared de su clase, cuando puso ella su mano en mi sexo. Empezó a imitar mis movimientos. Me encantaba lo que me estaba haciendo. Me apreté contra ella para sentir su mano más profundamente, y así que ella sintiese la mía. Quería hacerle tantas cosas allí…
Me solté un momento para, de perdidos al río, agacharme frente a su sexo y lamer su clítoris brevemente. Ella se apoyó en la pared, me cogió de la cabeza e intentaba reprimir lo que ya no podía.
Me levantó frente a ella, poniéndome a mí apoyada en la pared, para meter sus dedos suavemente en mi. Puse mi mano en su clítoris acariciándolo un poco más rápido, y ella hizo lo mismo. Me moría por tumbarla allí mismo y hacerla mía completamente.
Subimos poco a poco el ritmo sin parar, gimiendo bajito, sintiéndola cada vez más cerca del clímax. En ese instante estallamos ambas, jadeando. Llegamos a la vez y la sirena sonó a la vez. Nos vino justo, pero fue efímero, corto pero intenso.
Luego volvimos a repetir, pero ya en un lugar más apropiado. No sé que tiene, pero me encanta.