MICRORELATO ERÓTICO 19
Me llamo Martina y tengo 27 años. No me gustan mucho los hospitales, por eso siempre intento ir lo justo. Cuando me encuentro verdaderamente mal es cuando suelo acudir, sino siempre lo evito.
Cuando tengo que hacer visitas a alguien que conozco, voy, pero ese olor tan peculiar, la tristeza del hospital…no me gusta nada.
Tuve que ir a hacerme unas pruebas para saber si era alérgica a algo. Recientemente me había salido una reacción, y tenían que mirar de dónde venía.
Llegué y me atendió un médico que, aparentemente, era bastante joven. Debería tener 33 años cómo mucho. Moreno, alto, de ojos verdes. Llevaba una camisa azul oscuro, unos pantalones vaqueros oscuros y la bata abierta. La verdad es que estaba guapísimo, pero su trato era seco. Partiendo que ya sentía taquicardias por tener que ir al hospital, encima me faltaba un médico que no me hacía sentir cómoda. Su mirada era penetrante, su presencia atractiva y no le vi sonreír, pero seguro que tenía una sonrisa preciosa.
Me saludó sin mirarme, empezó a hacerme preguntas y yo quería mostrarle la misma indiferencia que él, por antipático. Me puse nerviosa y me estaba haciendo un lío con tanta pregunta, tanto que ya no sabía ni lo que le estaba respondiendo. Así que se ve que debí soltarle algo no coherente, porque se echó a reír. En ese momento me relajé, le había soltado una barbaridad que le hizo reír, y me contagió su risa. Fue en ese momento cuando me relajé, y me centré más en él. Pude vislumbrar cómo se llamaba mi médico y, casualmente, se llamaba Martín.
Pasaron varias semanas hasta que nos volvimos a ver en su consulta. Esta vez ya no tenía taquicardias, sino unas ganas de verle impresionantes. Llegué y me atendió de forma más simpática que la anterior vez, me sonrió y estoy segura de que se acordó de la barbaridad que le solté. Ese día me puse más guapa, con un vestido de entretiempo con semi manga, estampado con flores y unas zapatillas blancas. La verdad es que solo quería hacerme las pruebas para estar más cerca de él.
Cada vez que lo veía me gustaba más. Yo estaba más relajada y él más simpático. Antes de irme quería dejarle mi número o algo, pero yo no soy así de lanzada. Así que, aprovechando que lleva una tarjeta identificadora, lo busqué en Facebook. Estuve pensando qué hacer, si agregarlo o no. No me atreví, pero él si. Me había agregado al Facebook diciendo: “hola Martina, las alergias en el Face, no son alergias” con una carita con lágrimas de reír.
Me sorprendió, pero me gustaba este juego. Le respondí con un: “¿los médicos de alergología sí que pueden dar alergia por Facebook?” A lo que él me respondió: “alergia y otras cosas mejores” me estaba gustando este tonteo.
Hablamos durante horas por el chat. El tonteo era cada vez era mayor, no me podía creer que estuviese tonteando con mi médico.
A la siguiente semana tenía que volver para pasar la mañana allí, tomándome una dosis controlada , para ver cómo reaccionaba mi cuerpo. Me daba vergüenza tener que entrar y verlo, pero me moría de ganas por volver a verle.
Cuando me senté me puse nerviosa, él no paraba de reír. Yo le dije que no estaba siendo profesional, con una sonrisa pícara. Me dijo que ahora que me tenía delante no podía ser profesional, porque solo tenía ganas de besarme. Me puse roja en el momento, pero me estaba muriendo por lo mismo.
La cosa ya era poco ética profesionalmente hablando, pero no me importaría que me poseyera allí mismo. Él se levantó, se acercó a mí y me cogió por la cintura. Suavemente me dio un beso. Solo con ese beso me estaba derritiendo por fuera y por dentro.
Se giró y cerró con llave para que no nos viera nadie. Se volvió a acercar a besarme y me puso la mano en la espalda, bajando suavemente. Parecía inseguro, porque parecía que él no sabía si yo quería. Así que decidida a aclarárselo, le cogí del culo y lo apreté contra mí. Pude notar cómo se excitó, como creció su miembro entre mis piernas. Me acercó a la camilla y me tumbó dulcemente, poniéndose encima de mí. Besaba mi cuello, bajando por mi escote, mientras sus manos jugaban por debajo de mi vestido. Intenté quitarle la bata y desabrochar sus pantalones. Él seguía bajando poco a poco para llegar a mi sexo, pasar sus dedos por encima, suavemente, para sorprenderme con su lengua. Gemí sin gritar mucho, pero su lengua me hacía estremecer. Lamía como si de un caramelo se tratase, suave y saboreando. Succionaba mi clítoris para luego soltarlo y chuparlo, me encantaba! Pero quería más, lo quería todo. Lo levanté y le susurré al oído que quería sentirlo dentro. Se bajó un poco el pantalón, sacó un preservativo y me penetró, lento y suave. Vi como sus ojos se pusieron blancos del placer. Estábamos tan excitados que íbamos a llegar rápidamente. Me di la vuelta y me apoyé en la camilla, dejando que él se acercara con su excitación por detrás. Penetrando mi vagina de una forma un poco más intensa que antes. Con su mano tocó mi clítoris mientras me envestía cada vez con más brío. No quería que terminase este momento, pero sabia q no podíamos aguantar mucho más. Sus dedos me tocaban más y más rápido, llevándome al clímax de una forma extraordinaria. Al segundo llegó él, que no dejaba de acariciar mi clítoris, cosa que me encantaba.
Creo que ya nunca más me han dado miedo los hospitales, todo lo contrario, cada vez que voy sonrío como una tonta.
Ahora solo voy a visitarlo para repetirlo, así no sólo lo hacemos en nuestra casa, sino también en nuestro lugar favorito.