MICRORELATO ERÓTICO 14
A mí siempre me llaman la atención las mujeres por algo, que todavía no he descubierto, pero que hace que me encanten. Cada mujer en la que me he fijado, no tenía nada que ver con la anterior. No es un rasgo común o una forma de ser lo que llama mi atención, simplemente un día despiertan algo que me hace fijarme en ellas.
Trabajamos juntas desde hace un año, y llamó mi atención nada más verla. No por su físico, sino por lo que me transmite cuando estoy con ella.
María está casada con un hombre, pero eso no impide que a mí ella me encante, que la vea por los pasillos y alegre mis mañanas, mis tardes, noches, incluso, los días que nos toca guardia.
Trabajamos en un hospital, y aunque somos de ramas distintas y nos vemos poco, siempre busco cualquier excusa para verla.
Sé que ella no sabe ni quién soy, ni siquiera sabrá que me he fijado en ella, que me gusta como huele, que sólo verla me contagia su sonrisa. Me da igual que no sepa nada de mí, ni de mi existencia en el hospital. Aunque lo que más me gusta, es que el destino hizo que esta historia empezara a tener sentido.
Todo empezó una noche de guardia. Coincidimos en el mismo turno, y la noche fue bastante ajetreada, así que no pude verla mucho. Pero en la sala de descanso coincidimos, la saludé y ella me devolvió el saludo. No fue mucho, pero para mí fue bastante como para estar de buen humor el resto de la guardia.
La noté diferente al resto de los días, parecía como si estuviese triste, así que ni corta ni perezosa, me lancé y le pregunté si le ocurría algo. Ella me miró y dudó en contestarme, me sonrió y me dijo que estaba bien, que no le ocurría nada. Evidentemente no me iba a contar su vida, pero me dejó preocupada.
Ese día llovía mucho y el hospital era un caos, una noche movidita que no me dejó descansar hasta las 5:30 de la mañana. Dispuesta a irme a una habitación que tenemos habilitada para descansar, subí al ascensor. Antes de que se cerraran las puertas apareció María. Me salió una sonrisa de oreja a oreja, ella me dedicó una sonrisa tímida y entró. Se cerraron las puertas y pulsamos al botón. Yo no dejaba de pensar cómo podía entablar conversación, pero no sabía que decir, y sólo quería saber un poco más de ella.
De repente se paró el ascensor, no me lo podía creer, nos habíamos quedado encerradas. Ella apretaba varios botones para ver si se ponía en marcha, pero nada. Pulsó a la campana y al telefonillo, a lo que nos respondió una voz diciendo que nos sacarían de allí lo más pronto posible.
No creía mucho en las casualidades así que esto tenía que ser una señal. Al ver la cara que puso le dije:
-No te voy a preguntar si estás bien, porque imagino que me vas a responder que sí. -Le dije.
–La verdad es que esto es lo que me faltaba para acabar mi día de mierda.- Dijo María sentándose en el suelo.
-Ya sabía yo que no estabas bien.- Le dije con firmeza. Sé que no me conoces y , evidentemente no me vas a decir la verdad, pero al verte mala cara quería preguntarte.-le solté sin pensar
-Si te conozco, sé cómo te llamas, en qué especialidad trabajas, hasta sé cuál es tu coche.-dijo ella vacilando un poco.
Me acababa de dejar sin habla, ¿sabe cómo me llamo y todo lo demás? ¿Cómo puede ser? Si yo creía que no sabía de mi existencia.
-La verdad es que yo también conozco esas cosas de ti, pero no sabía que tú las supieses de mí, creía que no sabías ni cómo me llamaba- Le dije
–Si eso te sorprende, igual te sorprende más saber todo lo que pienso de ti– me dijo acercándose a mi boca de forma sensual.
Mi corazón se aceleró al tenerla tan cerca, le miraba la boca y me moría por besarla. Mi respiración se aceleraba y sentí las ganas, más que nunca, de hacerla mía allí mismo. Estaba un poco confundida, no sabía si ella estaba insinuándose o estaba todo en mi imaginación.
-Mira, llevo tiempo fijándome en ti, no sé que tienes pero llamas mi atención.- Le dije sin pensármelo.
Sin decir nada se acercó y me besó. Nuestras lenguas se encontraron y me subió un calor por todo el cuerpo. La cogí por la cintura, la acerqué todo lo que pude a mí. Ella me cogía levemente el cuello de una forma muy sensual. De repente se quitó de mi lado y se subió encima de mis piernas estiradas, sentada hacía mí y dijo susurrándome: “llevo tiempo imaginando esto contigo”. No podía creer lo que me acababa de decir.
La besé apasionadamente, entrelazando nuestras lenguas. Con sutileza, le empecé a quitar la bata blanca, debajo llevaba una camiseta negra con encaje que le hacía lucir un escote precioso. Mi boca empezó a besar su cuello bajando hasta el escote, en el cual me detuve para besarlo centímetro a centímetro. Ella se quitó la camiseta, dejando sus pechos delante de mí para que los besara mejor. Con una mano le desabroché el sujetador para poder seguir bajando hasta encontrarme con sus pezones, duros y dulces. Los lamía suavemente mientras ella me iba quitando la bata y la camiseta. Notar su piel contra la mía me hizo notar mi humedad, el fuego que tenía dentro ardía más y más cada vez. María llevaba una falda, le quité las medias sin quitarle la falda. Aproveché que estaba de pie para cogerle sus brazos y levantarlos contra el espejo del ascensor. Separé sus piernas y, con la mano que me sobraba, acaricié su cuerpo, bajando poco a poco hasta encontrar su sexo. Estaba muy mojada y eso me hacía sentirme más mojada aún.
Ambas estábamos al borde de explotar si no nos tocábamos, pero quería que disfrutara más aún. Rocé su sexo, pasando mi dedo entre sus piernas, adentrándolo para rozarle desde abajo hasta el clítoris. Sus gemidos se intensificaban, pero quité la mano rápidamente para poner mi boca. Ella se quedó con los brazos levantados mientras yo lamía su clítoris suavemente. Noté cómo se estremecía con cada movimiento de mi lengua. Me levantó para desabrochar mis pantalones, adentrando su mano en mi sexo. No podía estar más mojada ni caliente de lo que estaba, puesto que ella me ponía muchísimo. Me tocó suavemente con sus dedos, rodeando mi clítoris hinchado de tanto placer.
Nos tumbamos en el suelo, me puse encima de ella y abrí sus piernas, colocándonos mi mano, y yo entre ellas. Empecé a tocarla suavemente mientras me movía de forma sutil, para ir acelerando poco a poco. Sus jadeos me hacían lubricar más y más, la besaba mientras no dejaba de acariciarla. Sus gritos deberían oírse desde fuera, pero ella me pedía que no parara. Aumenté la velocidad porque su ritmo se iba acelerando, cada vez eran mayores sus gemidos. Notaba que ella estaba más cerca, así que me moví de forma que potenciara su placer y fue, en ese momento, cuando explotó, dejando que el orgasmo recorriera todo su cuerpo.
Me miró exhausta y me besó haciendo girar su cuerpo sobre el mío para quedar ella arriba. Abrió mis piernas para ponerse de la misma forma que estaba yo antes, y empezó a tocarme con sus dedos. Dejaba que entraran y saliesen suavemente de dentro de mí. Pero cuando notó que yo aceleraba el ritmo porque quería más, dejó salir el dedo para centrarse en mi clítoris. No tardé mucho en dejar que el orgasmo recorriera todo mi cuerpo, acompañado de un largo y placentero gemido. La apreté contra mi cuerpo para que no me soltara, y la besé.
No podía creer lo que acababa de vivir con ella, ni que María fuese a superar mis propios sueños. Nada más terminar de vestirnos, pusieron el ascensor en marcha y, tras salir de allí, me dijo un “si quieres probamos ahora en una cama”. El turno había acabado pero mis ganas de ella no. Habrá que probar la cama…